Título original: Soneros del Tesechoacán
Año: 2007
País: México
Género: Documental
Dirección: Inti Cordera
Guión: Alejandro Albert, Arturo Barradas, Manuel Polgar
Duración: 72 min
Idioma: Español
Sinopsis: Don Higinio "El Negro" Tadeo es un sonero de 88 años que recorre el río Tesechoacán, desde la Sierra de Oaxaca hasta la desembocadura, para visitar los lugares donde tocó durante toda su vida y reunir a viejos músicos que han dejado de tocar. Esto con el fin de organizar un gran fandango muy cerca de la desembocadura del río. El viaje de El Negro es un recorrido por su vida, por las sorpresas naturales de la región y su gente, pero sobre todo por su música: el son jarocho.
En Soneros del Tesechoacán de Inti Cordera todo es verde: la vegetación, las paredes de las casas y hasta el río Tesechoacán, que empapa al espectador de la exuberancia de la tierra y del carácter veracruzano. En este documental de muy buena factura se muestra magistralmente fotografiada la tradición de la jarana, del son y de la fiesta que lo rodea.
En la primera parte de la película, el director busca a los soneros tradicionales, a los viejos músicos que han mantenido al son jarocho vivo. El público obtiene de don Elías, don Negro, Quintinilo, el Pariente y doña Carlota conversaciones entrañables en las que relatan experiencias de otro tiempo, cuando todo era más alegre, más bonito. Sus testimonios remiten al divertido y juguetón espíritu del carácter que identifica a los jarochos, “saber tocar, cantar y rimar”.
Como amable recurso para introducir al espectador distraído, que todavía no se da cuenta de qué va la película, y señalar las transiciones, Cordera usa los fandangos: las fiestas del son. Muestra desde la preparación del ritual ⎯comida, tarima y luces⎯ hasta la fiesta misma con niños corriendo, viejos charlando de mecedora a mecedora y mucha música. El trinar de la jarana enmarca una convivencia generacional en donde todos los habitantes del pueblo participan por igual, ya sea tocando, inventando versos o bailando. Ellos en guayabera blanca y ellas con faldas amplias de colores: todos forman parte del fandango.
En la segunda parte del documental se presenta el relevo generacional. Arturo Barradas y Doña Mago, su esposa, amantes de su tierra y con la misión personal de revivir las tradiciones, en particular las musicales, echaron a andar años atrás el grupo de Soneros del Tesechoacán. Se trata de un romántico proyecto para recuperar la música del campo veracruzano que aprovecha las enseñanzas de maestros virtuosos, pero caídos ya en el olvido, transmitiéndoselas a las nuevas generaciones. Los vasos comunicantes de esta tradición los conforman un grupo de jóvenes entusiastas que, por medio de talleres educativos casi gratuitos, viajan de poblado en poblado y ranchería en ranchería, enseñando a bailar y a tocar la jarana a los niños y adolescentes. Sólo mediante la educación se transmite la riqueza cultural.
Arturo y Mago tienen en su grupo a jóvenes como Luis, Paty (su propia hija), Pipo y Sael, que trabajan incansablemente por este proyecto que suena muy poco propio de su edad; incluso Manolo, un fuereño enamorado de las tradiciones locales, está involucrado. Sin embargo, la señal más evidente de que esos tiempos no volverán es que este grupo de jóvenes no comparte el mismo acento, entre canario y caribeño, de los viejos jaraneros. Ellos, aunque les pese, tienen un acento más neutro. Aunque quieran recuperarlo, las cosas no pueden ni deben ser iguales.
Detrás de este proyecto está la nostalgia por lo perdido, el romanticismo del mundo tradicional en contraposición con la modernidad y el progreso, así como la nostalgia de la gente por su terruño frente a las aventuras y oportunidades que ofrecen otros lugares. Arturo mismo cuenta de sus andares por todo el país, para terminar dándose cuenta de que no hay nada como lo de uno.
Además de la explicación de los objetivos y acciones que involucra este proyecto, Cordera también nos muestra que no sólo Arturo y Mago son unos románticos, sino que él también añora esa música, los sones que acompañan las hermosas imágenes de la vida campestre veracruzana: campos de platanares, cielos azules y abiertos, casas en las que conviven niños y viejos que, más que pobreza, muestran la belleza de un estilo de vida sencillo, que a cualquiera se le antoja.
Se presenta el fandango, la fiesta del son, como una actividad de integración social, de inclusión familiar y de respeto a los mayores, pero también como una receta para la eterna juventud. Constantemente vemos en cámara a viejos que pasan los 80 años y que siguen tocando, bailando y divirtiéndose. El premio lo tiene Doña Juana que a sus 93 años nos regala el gozo de verla zapatear. El transcurrir de la vida y el tiempo que, igual que el Tesechoacán, fluyen al compás de la jarana.
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