martes, 17 de abril de 2018




Dawson City: Tempo congelado
Título original: Dawson City: Frozen Time
*** 7.6
B&W Color
Año: 2016
País: Estados Unidos
Género: Documental, experimental
Dirección: Bill Morrison
Guión: Bill Morrison
Duración: 120 min
Reparto: documental
Idioma: silente/inglés + subt. castellano
Sinopsis: Desde su nacimiento, el cine desafió uno de los grandes temores del ser humano: el paso del tiempo. Así, la vida podía quedar plasmada en el celuloide. En esta joya de arqueología cinematográfica, Bill Morrison rescata centenares de películas perdidas, realizadas a principios del siglo XX en un remoto pueblo americano, febril a causa del oro. Los materiales encontrados desfilan por la pantalla, como un baile de fantasmas, al ritmo de Sigur Rós. (F.A) 
¿Una película sobre la Fiebre del Oro, la historia del cine, la preservación/recuperación de copias de nitrato, los sobornos en el béisbol y el inicio de la fortuna de la familia Trump ligada a la prostitución? Sí, todo eso y mucho más aborda esta magistral película de Bill Morrison, una historia fascinante y una demostración de que no hay nadie como este director a la hora de trabajar sobre materiales de archivo (D. Batlle)

(...)La historia comienza en 1978, cuando una máquina retroexcavadora descubrió en Dawson, una pequeña ciudad del norte de Canadá, 500 latas con rollos de películas del período mudo que habían sido enterradas en una piscina que luego se convirtió en cancha de hockey sobre hielo. Gracias a la intervención urgente de algunos cinéfilos e instituciones, ese material fue rescatado y enviado a los Archivos Canadienses en Ottawa y a la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos. Entre las gemas encontradas había desde unas 370 películas comerciales de las décadas de 1910 y 1920 que fueron desechadas luego de su explotación en esa zona de Yukón (nadie quería afrontar el costo de llevarlas de vuelta) hasta films caseros, pasando por noticieros de la época que, entre otras cosas, exponían el infame caso de corrupción de la “Black Sox” World Series de 1919 en el que varios jugadores fueron a menos.
La película -casi sin diálogos, con una hermosa música de fondo compuesta por el islandés Alex Somers (Captain Fantastic), y constantes subtítulos y carteles que aportan el soporte informativo- también reconstruye la historia de Dawson City, una población ubicada a menos de 600 kilómetros del Círculo Polar Artico y fundada tras arrasar a los pueblos originarios en 1896, que -en plena Fiebre del Oro- llegó a tener más de 40.000 habitantes (allí el abuelo de Donald Trump, Frederick, abrió un antro que funcionaba como prostíbulo) y pocos años después tenía menos de mil. Con muchísimos fragmentos de las películas recuperadas (de los géneros y estilos más diversos), imponentes fotografías tomadas por Erick A Hegg, recortes de diarios y una investigación prodigiosa, el director va construyendo un patchwork visual y una fascinante narración que funciona bien en todos los niveles: estético, sociológico, cinéfilo, político e histórico. Dawson City: Frozen Time expone en toda su dimensión los fuertes cambios sociales en los distintos períodos con sus momentos de esplendor y las crisis marcadas en muchos casos por tragedias (los incendios provocados por la mala manipulación de las copias de nitrato eran constantes y devastadores). (...) Obra maestra de ese infatigable y obsesivo buscador de tesoros fílmicos llamado Bill Morrison.
(Diego Batlle, otroscines.com)




Dawson City: Frozen Time camina por un sendero muy particular, porque para su desarrollo trabaja con elementos del documental clásico y del cine experimental que lo ubican en una posición híbrida en la que se puede caminar de lo abstracto a lo lineal con mucha soltura. El primer puente que permite esta fluidez está en la ausencia de un narrador, que es reemplazado por texto en pantalla. Al no haber una “voz de autoridad” ajena al contexto generado por el found footage que sirva de guía o de explicador, el metraje gana en flexibilidad y libertad de maniobra, de modo que es posible generar caminos narrativos que se desvíen del tronco central y se centren en historias personales o de lugares alejados de la ciudad del río Yukón. Por eso es posible pasar de temas tan disímiles como las deportaciones de
ciudadanos con tendencias socialistas al escándalo de la Serie Mundial de béisbol de 1919 sin que parezca como algo
fuera de lugar. El texto en pantalla cumple la función del narrador de una manera menos invasiva (el texto nunca ocupa mucho lugar en la pantalla), de modo que funciona de guía temática aporta información, pero nunca se vuelve protagonista. Es el eslabón que le da sentido a la historia, pero no el centro sobre el que gira el documental. En la organización temática propuesta por Morrison podemos ver una forma de entender la historia. La historia inicia desde el momento en que se descubre la presencia de oro en el río Yukón, suceso que marca el comienzo de la “fiebre del oro” y el posterior asentamiento de la ciudad de Dawson, y continúa con un ojo en los acontecimientos locales y otro en el panorama global. La idea es poner en contexto la vida en un lugar tan alejado de las grandes urbes y el impacto (o la falta del mismo) en una ciudad a la que las noticias llegaban con demora. A su vez, para el director es vital comenzar desde la fiebre del oro, ya que la historia de los celuloides enterrados se puede rastrear desde muchos años antes y conecta a esos filmes a una línea de tiempo mucho más rica y valiosa. La historia de los celuloides es a su vez la de todos los habitantes que construyeron, vieron arder y volvieron a reconstruir la ciudad, la de cada uno de sus habitantes y emigrantes. Es una historia que le pertenece a la localidad entera y que merece ser contada. Pero también es una historia del cine. La película de nitrato que se utilizaba en los primeros años del celuloide era altamente inflamable debido a ser un derivado del nitrato de celulosa, material utilizado para la producción de explosivos de uso militar. La traza de incendios generados por la combustión espontánea se puede seguir hasta muchos años después de la estandarización de un celuloide más seguro, y en Dawson, final del circuito comercial del cine estadounidense, la marca ignífuga no fue un hecho ajeno. Los filmes, sobrevivientes de años de olvido, tierra y fuego se nos presentan con sus marcas, con el paso del tiempo impregnado en cada fotograma. Cada una de estas cintas tiene marcada como un tatuaje todos los años y acontecimientos de la ciudad, por lo que a cada segundo vemos la historia de Dawson pasar dos veces ante nuestros ojos. En plena era de la reproducción técnica, podemos decir que un filme tiene su aura. Las huellas del tiempo que corren a lo largo del metraje también dan lugar a la experimentación. En general Morrison utiliza los filmes de ficción para ilustrar lo que se está contando mediante alguna secuencia análoga: por ejemplo, si se habla de un juicio alguna secuencia muda de una corte acompaña la narración. Pero también hay lugar para momentos abstractos y experimentales en los que se aparta la historia para generar climas magistrales en los que el protagonismo de las cintas es absoluto. Estos momentos, que tienen lugares específicos dentro de la estructura general, son puntos álgidos en los que las películas hablan por sí mismas en un frenesí audiovisual más cercano a filmes más radicales de Morrison como Decasia (2002). El montaje las relaciona y las une en un clímax conjunto en el cual las cicatrices del tiempo se transforman en elementos estéticos de gran valor en los que podemos valorar la multiplicidad de formas en las que se puede trabajar el metraje encontrado. Nuevamente, estas apariciones de ideas abstractas fluyen con naturalidad, al ser interpretados como momentos de transición o cierre en los que se puede respirar un poco y abandonar momentáneamente el hilo histórico. Como en el fluir de un río, los cauces no siempre tienen la misma velocidad ni la misma profundidad. El punto medio en el que se asienta el documental es lo que permite que tantas libertades creativas y temáticas no desorienten ni confundan a un espectador poco acostumbrado a filmes poco convencionales. A la estructura relativamente clásica en la que está edificado se le pueden sumar elementos de montaje como el efecto “Ken Burns” para darle algo de movimiento a las fotografías (y que tiene un pequeño homenaje dentro de la narrativa) o la utilización de la música (compuesta por Alex Somers), bastante apegada a un estilo minimalista a base de pianos, instrumentos de cuerda y mucha reverberación que tiene momentos en los que acentúa con solemnidad las situaciones presentadas en pantalla y que se destaca especialmente en las secuencias más abstractas y emotivas, pero en otros se repite demasiado y se limita a llenar el espacio sonoro con acordes espaciados de piano en los que la solemnidad se siente algo superflua. Sin embargo, la banda sonora no es solo música, sino que también incluye diseño sonoro (a cargo de John Somers) que matiza la solemnidad musical con huellas auditivas que en realidad no están allí. La sincronía entre las acciones mostradas y sus sonidos correspondientes contextualiza las cintas en el presente, trazando un puente imaginario entre la naturaleza muda y la manipulación contemporánea. Dawson City: Frozen Time es un documental que nada contra la corriente. Pensar en la historia de unas cintas dañadas por el tiempo en épocas de determinismo tecnológico y actualidades agobiantes supone pararse en el otro lado de la vereda, mirar las cosas desde otro foco. Revalorizar el material histórico y sacarlo del museo es una forma de desafiar las concepciones del cine actual y también de una sociedad anquilosada en un perpetuo presente. Volver a pensar en el tiempo y en las huellas del pasado es lo que genera que la obra sea mayor que la suma de sus partes: por eso Dawson City: Frozen Time es tan relevante a pesar de hablarnos de sucesos acontecidos en 1920. Porque la memoria, justamente, es algo que nunca debemos olvidar.

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