Título original: Le ciel du centaure
B&W
** 6.4
** 6.4
Año: 2015
País: Argentina, Francia
Género: Drama, Intriga
Dirección: Hugo Santiago
Guión: Hugo Santiago, Mariano Llinás
Duración: 93 min
Reparto: Malik Zidi, Romina Paula, Roly Serrano, Carlos Perciavalle, Gustavo Pardi, Roberto Plate, Germán De Silva
Idioma: Francés-español con subs incrustados en español
Sinopsis: El buque amarra al alba en Buenos Aires, de donde volverá a zarpar al día siguiente. El Ingeniero baja a la ciudad para honrar el pedido de su padre: entregar un pequeño paquete a uno de sus amigos, Víctor Zagros. El paquete le es arrebatado y el Ingeniero va detrás suyo en una búsqueda alocada y vertiginosa en la que arriesga su vida, dentro de una ciudad, suerte de “caja de maravillas” que poco a poco le va pareciendo fuera del mundo. Los acontecimientos se precipitan –y las calles y las casas y los muelles y las plazas: el Ingeniero maniobra, lo entrampan, se debate; pero aunque termine por entregarle a Víctor Zagros el rarísimo objeto de su espera, ¿acaso Zagros va a develarle el sentido final de su secreto?
Que Hugo Santiago haya vuelto a filmar, casi 50 años después, en Buenos Aires es todo un acontecimiento cinéfilo. Por eso, más allá de los valores de la película (está claro que los tiene), su selección para la apertura del BAFICI es no sólo una decisión irreprochable sino un acto de absoluta justicia.
Y también lo es porque, antes que cualquier cosa, El cielo del Centauro es una oda, una carta de amor a Buenos Aires, al menos a aquellos elementos y aspectos más míticos y tradicionales de la ciudad. Si bien queda claro que la historia que narra es actual, tanto las locaciones elegidas como la omnipresente música tanguera nos remiten a una urbe que ya casi se ha extinguido, como si el presente conviviera siempre con el pasado, como si nos remontáramos a un cuento fantástico de Macedonio, Borges o Bioy.
Un ingeniero naval francés (Malik Zidi) llega (en barco, claro) y al poco tiempo será el eje de una doble persecución (él trata de encontrar a alguien y al mismo tiempo es buscado por algo que supuestamiento posee). Hay un McGuffin (llamado El Fénix) y una suerte de búsqueda del tesoro que dura algo más de un día con un mapa porteño como especie de tablero de juego y varios personajes secundarios (desde el veterano Carlos Perciavalle hasta el propio coguionista Mariano Llinás) y subtramas que aparecen y desaparecen con absoluta arbitrariedad.
Si bien tiene sus pasajes de quietud y solemnidad (como el largo recitado de Romina Paula en el segmento dedicado a la pintura de Cándido López y su historia durante la Guerra del Paraguay), en general El cielo del Centauro resulta bastante lúdica, fluida y celebratoria, al punto que por momentos remite a Castro, de Alejo Moguillansky (no por casualidad editor del film).
¿Que la película no tiene demasiada lógica? ¿Que apuesta a una deriva, a una acumulación, a unas desventuras y a unos enredos que no siempre fascinan ni convencen? Es cierto. Pero al mismo tiempo El cielo del Centauro, con su fuerte veta literaria, con la belleza de cada uno de sus planos en blanco y negro con inspirados detalles en color (la fotografía es del talentoso Gustavo Biazzi) nos deja todo el tiempo la sensación de estar ante un cine de otra época, en vías de extinción, una de esas películas que ya no se filman. El esperado (y más allá de sus desniveles) bienvenido regreso de un viejo maestro a la ciudad de la furia.
por Diego Batlle
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