Tú, Kimi y yo / Tú, mi conejo y yo
Título original:
The Geisha Boy
** 6.5
Año:1958
País:Estados Unidos
Género:Comedia
Dirección:Frank Tashlin
Guión:Frank Tashlin, Rudy Makoul
Duración:94 min
Reparto:Jerry Lewis, Marie McDonald, Sessue Hayakawa, Barton MacLane, Suzanne Pleshette, Nobu McCarthy, Robert Hirano, Ryuzo Demura, Carl Erskine
Idioma:Inglés con subtítulos en español y en inglés
Sinopsis:Gilbert Wooley es un mago de segunda fila que es enviado al Pacifico con la misión de entretener a las tropas. Durante este tiempo en Japón, se encariña cada vez más con un niño huérfano. (FILMAFFINITY)
THE GEISHA BOY (1958, Frank Tashlin)
(Reproducido de CINEMA DE PERRA GORDA)
Hay momentos en la vida de todo amante del cine, en los que el placer intenso que se siente al contemplar una película determinada, lleva aparejado un sentimiento de tristeza, al comprobar que esas sensaciones no han sido compartidas por el resto de los mortales. Es fácil hablar de títulos que, o bien gozan de un consenso en su estima, o son pasto de la mítica más desaforada. Pero estoy convencido que todo aficionado al cine retiene en su secreta lista de películas preferidas, alguna “de las que nadie se ha preocupado en destacar”, y que además son productos claramente desarrollados dentro de los parámetros del cine comercial o de consumo. Ello no impide que para nosotros resulten irrepetibles, y es para mí, el ejemplo que me ha venido acompañando durante décadas con THE GEISHA BOY (Tu, Kimi y yo, 1958. Frank Tashlin). Y es que pese a ser una realización hoy día poco menos que olvidada –incluso por los cada vez más escasos admiradores de la labor de Lewis y la trayectoria del desigual pero inolvidable maestro que fue Frank Tashlin-, considero THE GEISHA BOY no solo la obra cumbre del cineasta americano, sino el título más memorable en el que ha participado Jerry Lewis en toda su carrera, la más compleja comedia de la década de los cincuenta, y acaso uno de los más importantes y hermosos títulos surgidos en toda la historia del género. Ahí queda eso.
Bajo su apariencia de film destinado especialmente al público infantil de la época –condición que nunca cabría ocultar y que en modo alguno oculta sus méritos-, THE GEISHA BOY supone en primer lugar la primera demostración de Jerry Lewis como un personaje cinematográfico adulto. Buena parte de ello se vislumbraba ya en la magnífica ROCK A BYE BABY (Yo soy el padre y la madre, 1958. Frank Tashlin), pero en esta ocasión la evolución es más rotunda. Por otra parte, la película propone una aguda desmitificación sobre la proliferación de films norteamericanos realizados y ambientados en tierras japonesas, en una tendencia muy en boga en aquel periodo y que se prolongaría durante algunos años más. En ella destacaron títulos como SAYONARA (Idem, 1957. Joshua Logan) o THE BRIDGE ON THE RIVER KWAI (El puente sobre el río Kwai, 1957. David Lean), del que se ofrece en esta película uno de los mejores private jokes emanados de la mente de Tashlin.
Las andanzas en Japón de The Great Wooley (Jerry Lewis) permiten al realizador americano combinar un arsenal de recursos humorísticos de primera magnitud. Desde los elementos destinados a la sátira cinematográfica, representada en las aventuras sufridas por la estrella de turno Lola Livingston (Marie McDonald) –geniales las peripecias sufridas en pleno vuelo y a su llegada a Tokyo acabando envuelta en la alfombra de salida del avión-, hasta la ironía marcada con la presencia de diferentes idiomas que ofrece el gag de los subtítulos en japonés, sin omitir el histórico detalle de la evocación del monte Fujiyama y su presencia como anagrama de la Paramount. Unido a ello, y recordando quizá como nunca en su obra su previa condición de cartoonist, Tashlin otorga un especial protagonismo en el film a Harry “el conejito sabio”, uno de los personajes más memorables de toda su obra. Varias de las situaciones más gloriosas de THE GEISHA BOY –que prende en el espectador desde su misma secuencia inicial-, tienen como protagonista a este blanco conejo: la inenarrable postura de espera a su amo con las piernas cruzadas; su baño en una piscina tomando el sol con unas gafas y sombrilla que no evitarán su insolación, la impagable y frustrada exhibición de magia en pleno frente de guerra ante un soldado hambriento, o incluso su multitudinaria reproducción familiar final, son muestras rotundas de la que quizá sea el exponente más acabado de su filmografía. En sus imáganes, el director logró conectar su experiencia como dibujante en el desarrollo de su trayectoria como realizador y especialista en la comedia cinematográfica. En la prolongación de estos rasgos precedentes, no dejan de resaltar numerosos gags y situaciones humorísticas directamente heredadas del slapstick y su previa experiencia en el cartoon. El accidental vaciado de la piscina o la torcedura de los pies de Wooley después de varias horas sentado al estilo japonés, son claros ejemplos de ello.
Pero aunque todas estas virtudes sobrarían para definir un notable nivel a la cinta –y es algo en lo que generalmente los contados seguidores de la trayectoria de Tashlin y Lewis se ponen de acuerdo-, la cualidad que permite elevar THE GEISHA BOY a la categoría de obra maestra es, sin duda, la extraordinaria sensibilidad y emotividad que desprende la andadura melodramática que se perfila tras sus iniciales tintes de aparente divertimento. Es a la hora de disfrutar e incluso conmoverse ante la exquisitez de ese planteamiento, cuando la valoración del film de Tashlin pierde adeptos, apareciendo la acusación de “sensiblería”. Pocas pero interesantes han sido a este respecto, las defensas formuladas en España por comentaristas como el llorado José María Latorre, Quim Casas, Bernabé López García en un lejano ejemplar de Film Ideal o en publicaciones como Cartelera Turia. Todos ellos lograron intuir y vislumbrar la asombrosa delicadeza de sus imágenes, que en la trayectoria de Tashlin solo se manifestarían con similar grado de acierto en la anécdota sentimental de la, por otro lado, espléndida, renovadora y muy divertida THE DISORDELY ORDELY (Caso clínico en la clínica, 1964). Jamás en una comedia, y menos aún en un film de estas características con numerosos elementos de índole puramente cómicos, se ha introducido de forma tan armoniosa y sensible una historia de ecos chaplinianos, describiendo la amistad entre un hombre y un niño huérfano –Mitsuo Watanabe (Robert Hirano)-, que ve en un torpe mago a ese padre que jamás ha conocido. Y unido a esta difícil circunstancia, el personaje de Wooley se debatirá entre el amor de dos mujeres; la sargento Pearson (Suzanne Plashette) y la tía del huérfano –Kimi Sikita (Nobu McCarthy)-. Todo un compendio de conflictos de textura inequívocamente melodramática que en manos menos diestras hubieran caído con facilidad en lo sensiblero –de hecho en no pocas ocasiones la obra de Lewis ha pecado de ello, y ahí tenemos el ejemplo posterior de CINDERFELLA (El ceniciento, 1960. Frank Tashlin), donde las imposiciones del propio actor / productor entraron de lleno en este terreno-. Sin embargo, la labor en este caso maestra de Tashlin logró en primer lugar plasmar esa historia de amistad y cariño entre Wooley y Mitsuo con una sinceridad y emotividad que quizá solo he visto en la pantalla –en otro registro-, en la extraordinaria SAMMY GOING SOUTH (Sammy, huída hacia el sur, 1963. Alexander Mackendrick) –curiosamente, otras de mis películas de cabecera- y, en menor medida, en la desconocida THE HAPPY YEARS (Wiliam A. Wellman, 1950).
Es este el eje central de relaciones que envolverá el desarrollo del film. Pero lo que resulta admirable en el mismo es la delicadeza definida desde el instante en que el pequeño japonés aparece en la historia, en unos registros que quizá solo tendrían su oportuno referente en los mejores momentos de la obra de McCarey o incluso en la intensidad melodramática brindada por los más reconocidos instantes de la de Dogulas Sirk. No olvidamos igualmente como por el aquel tiempo, el cineasta japonés Yasujiro Ozu introduce el color como elemento dramático en su cine, y en 1959 crea su extraordinaria y divertida visión del mundo infantil japonés con OHAYÔ (Buenos días) ¿Habría contemplado e incluso asimilado elementos de la obra maestra de Tashlin? Lo cierto es que secuencias como la silenciosa despedida del aeropuerto del niño, ante la fingida confesión de Wooley de que ya no le quiere, denotan la convicción y sensibilidad por parte de un cineasta que creía y sentía en lo que filmaba, sin que ello le evitara pocos instantes después introducir el –casi necesario- contrapunto de comicidad, que permiten que THE GEISHA BOY sea uno de los títulos más complejos, variados en métodos, estilos y estructuras, ricos y definitorios de las enormes posibilidades que permitiría lo que ya en aquellos años era una renovada concepción de la comedia cinematográfica.
En un periodo en el que Leo McCarey ya había expresado con maestría –AN AFFAIR TO REMEMBER (Tu y yo, 1957)-, una nueva comedia melodramática, Richard Quine y Stanley Donen se encontraban en puertas de adquirir cartas de naturaleza en esta vertiente, e incluso a Blake Edwards le quedaban pocos años para asumir como norma de estilo este enunciado, he aquí que el eterno apostante por lo cómico, el humilde creador llamado Frank Tashlin lograba aunar en un solo film toda una serie de corrientes que muy pronto se harían habituales en el devenir del género. Su posterior evolución permitiría la consecución de grandes títulos y alguna obra maestra, pero creo que jamás en la historia del cine una combinación de elementos y características tan opuestos darían fruto un resultado tan admirable. Solo por el logro de esta cinta impregnada de tanta sensibilidad, sutileza y comicidad, el nombre de Frank Tashlin debería ocupar un lugar destacado en el olimpo del cine norteamericano de los años cincuenta y sesenta. Afortunadamente, varias de sus posteriores obras lograrán, sino igualar la sublimación de THE GEISHA BOY, sí ratificar la olvidada maestría de su artífice.
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